Cada vez más, las empresas enfrentan presiones de clientes internacionales, financistas, talento, consumidores y grupos de interés que demandan un compromiso claro y acciones concretas en favor del medio ambiente y la sociedad.

Al mismo tiempo, las compañías luchan por mantenerse relevantes en mercados comúnmente saturados que solo permiten obtener crecimientos tímidos y lineales. Estancarse en estas dinámicas competitivas inhibe la innovación e impide prepararse adecuadamente para las disrupciones por venir.

En adición, la volatilidad socio-política y las regulaciones cambiantes incentivan la prudencia y una actitud de autoprotección que, a menudo, favorecen la inacción.

Una respuesta razonable ante la ardua competencia y la volatilidad reinante es la diversificación, ya sea geográfica o del portafolio de bienes y servicios (o ambas). Sin embargo, la expansión genera “dolores de crecimiento” tales como: estrategias desasociadas entre los distintos negocios; falta de una cultura, gobernanza y estructura organizacional cohesionadas; problemas de atracción, retención y movilidad del talento; imagen corporativa confusa; carencia de sinergias; desenfoque o dispersión (se ven las ramas de cada negocio, pero no necesariamente el bosque de la estrategia corporativa transversal).

Por otro lado, la respuesta evidente ante las exigencias de cumplir con estándares de Sostenibilidad Corporativa es adoptar criterios ASG (Ambientales, Sociales y de Gobernanza) en los negocios, reportando avances a los grupos de interés. No obstante, esto ya no es suficiente. Es algo que se da por sentado. Hoy en día las empresas necesitan adoptar estrategias integrales que crean valor demostrable para sus accionistas, para la sociedad y para el planeta.

Ante estos desafíos, la Evolución Empresarial Sostenible se vuelve imperativa.